Diez años de anécdotas
Armando Vargas Morera
En comunidad Casa Cultural Amón celebra una década de arte y cultura, pero también de memorias
Armando Vargas Morera Celebrar aniversarios es un pretexto para recordar. De esto dan fe quienes han visto crecer la Casa Cultural Amón y ahora celebran el décimo aniversario de este centro cultura.
Tal casa se ubica en pleno corazón de barrio Amón, junto a la sede del Instituto Tecnológico de Costa Rica (ITCR), del cual forma parte. A simple vista parece solo casona esquinera de las de antes pero nada más lejos que eso. De normal, esta casa no tiene nada.
Cada semestre unas 2.000 personas, entre estudiantes universitarios y personas de la comunidad, hacen de esta su escuela, literalmente. Durante toda la semana, los antiguos cuartos y pasillos se llenan con exposiciones, música, teatro, danza, pintura y, sobre todo, gente dispuesta a aprender.
En diez años de historia, la Casa Cultural Amón ha sido en semillero de artistas plásticos, escénicos y literarios. Sus paredes, reconstruidas gracias al mismo esfuerzo de encargados y estudiantes– han sido testigos del nacimiento de nuevos creadores y del paso de conocidas figuras del arte nacional.
“La historia de la casa es la historia de la gente que ha pasado por ella”, dice Alexandra De Simone, actual coordinadora e impulsora del proyecto desde 1986. Diez años de anécdotas le dan la razón.
Empujón. Ningún comienzo es fácil. En 1998, un grupo de personas del ITCR tenían la voluntad y el sueño de montar un centro académico para acercarle el arte a la comunidad. No obstante, la situación no era buena: para lograr aquel objetivo, la universidad solo podía ofrecerles una casa declarada inhabitable y a punto de caerse, y un poco de dinero, apenas para los gastos mínimos.
Gracias a un trabajo de ingenio, que bien podría calificarse de necedad, este grupo de visionarios tomaron aquel inmueble y le devolvieron le devolvieron un aspecto sano a las paredes y al techo.
“Nosotros mismos tuvimos que ponernos a pintar y a cambiar paredes. Lo importante era conservar la estructura tradicional de la casa”, revela De Simone.
Para convertirse en lo que es hoy, profesores, funcionarios y obreros trabajaron por igual para embellecer la estructura. De hecho, una década después, aquel maquillaje interno aún evoca ese encanto de las casas de antaño.
Las paredes externas son una gran pintura que le revela al caminante el carácter artístico del lugar.
Visitas distinguidas. El arte atrae al arte. Así lo prueba la siguiente anécdota: “Aquí venía una señora de esas que les gusta participar en todo: doña Silvia Unfrid. Un día nos dijo que el hijo de ella tenía un grupito de música muy bueno. Vinieron como tres veces a presentarse. Resulta que ese grupito era Éditus y doña Silvia es la mamá de Carlos Tapado Vargas”, cuenta De Simone.
Como el trío, figuras de la talla de Manuel Obregón, Patricio Torres y el guitarrista Juan Carlos Ureña han pasado por las aulas de esta casa: unos como invitados, otros como profesores.
“Juan Carlos (Ureña) fue el primer profesor de música nuestro. Por las noches, daba un curso de guitarra y todas los días se le llenaba el aula hasta con veinte personas”, recuerda De Simone. Hoy, él es hoy uno de lo cantautores costarricenses más reconocidos y se le considera uno de los pioneros de la nueva canción costarricense.
En la danza, el equipo actual de trabajo recuerda con gran cariño a Francisco Ramírez, un bailarín de la Compañía Nacional de Danza que se tomó el trabajo en la casa como un compromiso personal.
“ Pancho comenzó con un curso de baile popular y, poco a poco, les daba (a los alumnos) los principios de danza y hasta un poco de historia. Además, los domingos se iba a las comunidades a dar cursos de danza que nos pedían para los niños. Eso lo hacía feliz… ‘lo hacía’ porque en diez años, también tenemos muertos”, cuenta De Simone.
En los salones de la casa han expuestos destacados artistas como Yamil de la Paz, Esteban Piedra, Nella Salgado, Leda Astorga y Pedro Arrieta. Es más, uno de los cuadros de Arrieta fue seleccionado como símbolo de la celebración de este décimo aniversario.
Las muestras plásticas no solo han dado qué ver y reflexionar, sino también qué hablar.
“Una vez llegó aquí un artista con una obra que era un leño con una estampita del corazón de Jesús pegada con un alfiler. De la estampita salía sangre. Después me di cuenta que la sangre era del artista. La cuestión es que después de esa exposición aquí hubo reacciones. Alguien dijo que cómo era posible que se considerara arte algo como eso”, recuerda entre risas De Simone, amante del teatro.
Desde entonces, todas las exposiciones que se hacen en esta casa tienen un espacio para el encuentro entre el público y los artistas.
“Esto de discutir con el artista no se hace en otras galerías”, vacila César Fallas, uno de los profesores de la institución.
Entre otras anécdotas divertidas figuran unas salidas de unas clases de dibujos, en las que se usaron unos modelos desnudos. “Teníamos que poner un papelito en la puerta que decía ‘Estamos trabajando. Favor no molestar’. Todo el mundo sabía que adentro estábamos pintando un ser humano desnudo y más de uno llegaba solo por la curiosidad. Tampoco falta el que llega a la exposición solo para comer”, asegura De Simone.
El ambiente del centro es muy familiar. Estudiantes y profesores caminan por los pasillos y constantemente todos se ayudan entre sí. Esto ha creado un fenómeno de ‘buena vibra’, dicen ellos. También es una cuestión de complicidad pues la mayor parte de las personas que asisten a la casa llegan sin ser conocedoras del arte y sus encargados agradecen que esto sea así.
“Nosotros queremos dar una visión más didáctica del arte. Nuestros estudiantes no son clientes del arte. Esta casa es abierta y jamás debe sentirse como un espacio exclusivo para los ‘privilegiados que saben’. Es para la gente que quiere aprender”, asegura De Simone.
De cara al futuro. La Casa Cultural Amón cumple diez años de recuerdos como estos. Sin embargo, los recuerdos que se guardan con más cariño son los del proceso mismo de crecer. En este sentido, el aprendizaje ha sido igual para estudiantes, artistas y el público.
“Sin duda, la casa es un punto de referencia, un espacio para que las nuevas generaciones tengan acceso a la cultura. Es una pequeña puerta a un mundo cultural más amplio y del cual vamos a ser parte en unos años”, asegura Adriano Corrales, poeta, ensayista y profesor del taller literario.
Los encargados aseguran que lo más difícil de estos diez años ha sido sobrevivir, ya que la subvención de la universidad apenas alcanza para pagar salarios y servicios.
El equipo de trabajo coincide en que los retos para la próxima década son aún mayores y son buscar la sostenibilidad económica para el proyecto, conocer más al público y proyectarse con más intensidad hacia la comunidad.
“Siento que estamos en un momento muy interesante. Debe celebrarse la trayectoria pero también debe renovarse y enriquecer el porqué estamos aquí. Muchas personas que nos visitan han dicho que esta casa tiene algo: una energía buena. Nosotros sabemos que ese algo es la luz del espíritu humano que ha pasado y pasa por aquí todos los días”, concluye De Simone.